Los araucanos ocupaban la parte de lo que hoy es el Estado de Chile, comprendida al N. por el desierto de Atacama, el S. por la isla de Chiloé, el E. por la cordillera de los Andes, (algunas tribus se internaban en territorio argentino al oriente de esta cordillera) y al O. por el océano Pacífico. Formaban un conjunto integrado por diferentes razas divididas en tribus con unas mismas costumbres, una misma lengua, y regidos por una misma forma de gobierno. De esta población indígena primitiva se conservan algunos núcleos en la pequeña provincia de Arauco, y mezclados con otros quedan algunos en las Pampas, Neuquén y Río Negro en la actual república Argentina. No esta puesto en claro, si la civilización araucana es autóctona o como en otras tribus de América del Sur se halla influida por la raza polinesia. Conocían la agricultura rudimentariamente, pero sabían construir canales a modo de acequias convenientemente dispuestas para el regadío, sembrar y abonar los campos de cultivo obteniendo maíz, patatas, batatas, etc., completando su alimentación con la caza y la pesca. En su industria se nota muy marcadamente la influencia peruana. Trabajaban el oro, la plata y el cobre, sabiendo fundir estos minerales y fabricar con ellos objetos diversos. Obtenían un brebaje, espacie de licor fermentado, de poderosa acción embriagadora. Tejían la lana para sus vestidos y finas mantas teñidas luego de carmesí, azul amarillo y otros colores. La cerámica era tosca y de pobre decoración, consistente en vasos, tinajas y cachivaches de arcilla roja. Para el uso ordinario y manual de los objetos domésticos, se servían generalmente de la madera. Su comercio se reducía a cambiar con los pueblos o tribus vecinas sus tejidos, cueros, objetos de plata trabajada y plumas de avestruz. Su arquitectura sí reducía a las casas donde moraban, llamadas rucas, construidas con madera y cubiertas con barro y ramaje generalmente a dos pendientes, conteniendo la mayor parte de ellas puertas y ventanas. Como desconocían por completo la escritura, para recordar hechos y acontecimientos que consideraban importantes se servían de ramales de cuerdas con diversos nudos de diferente color. Gobierno: Mezcla de aristocracia y democracia Cada comarca estaba regida por un "ulmen" subordinado al "ulmen", de cada provincia, y éste a su vez subordinado al "toqui", como jefe supremo. La administración de justicia establecía la pena de muerte para los delitos graves. El matar el marido a su mujer no era delito por considerar que la mujer había sido comprada por el marido; el matar un hijo a su padre causaba horror por derramar sangre propia pero no era considerado como un delito grave; en la embriaguez era el homicidio coba corriente; si uno mataba a otro, era autor de un homicidio voluntario y el homicida era condenado a satisfacer una indemnización a la familia del difunto. En cambio se castigaban con la muerte los delitos de traición a la patria, el adulterio en la mujer, el hurto y el hechizo cuando de él provenía la muerte. Como en su creencia entendían que la muerte sólo provenía de un hechizo, al morir un "ulmen" buscaban al supuesto causante del hechizo y una vez convertido en reo le amarraban en estacas dispuestas en forma triangular y le quemaban a fuego lento. Religión. Creían en un Ser Supremo "Gnupillán" (alma del cielo), del cual Ser dependían el "Meulen" (dios del beneficio), el "Huecub" (espíritu maligno), el "Epunamun" como Marte, dios de la fábula y de los duendes), y "Antumalquen" (esposa del sol a la que conceden la divinidad que niegan a su marido el sol, siendo entonces un culto "lunar" y no "solar"). Creían en la inmortalidad del alma, a la que llamaban "pillán", pudiendo ésta ser buena o mala. Creían en la existencia de una vida futura que para los buenos se desarrollaba en fértiles campiñas con abundantes cosechas y hermosas mujeres, mientras los malos sufrían una vida en parajes de tierra estéril y carente de todo. Antes de ser llevados al sepulcro los cadáveres eran examinados por el "machi". Historia: Don Pedro de Valdivia, encargado por Pizarro de concluir la conquista de Chile empezada sin provecho por Almagro, atravesó, con ciento cincuenta españoles, los arenales del desierto de Atacama hasta Copiapó. Sin apenas combatir acampó en el valle de Mapocho. Fundó las ciudades de Santiago en 1541 y de la Concepción en 1550. En este mismo año juntaron los araucanos unos cuatro mil hombres, que a las órdenes del "toqui" Aillavilú pasaron el río Biobío presentando batalla a los españoles en los campos de Andalién. Muertos el "toqui" y los primeros oficiales araucanos, se retiraron éstos ordenadamente. Creyendo Valdivia abatido el orgullo de los araucanos fundó en sus mismos dominios colonias la ciudad que lleva su nombre y repartió las tierras de los vencidos entre sus soldados. El araucano Colocolo, que gozaba entre ellos de gran reputación, congregó a los suyos señalando como primer Jefe a Caupolicán, quien nombrado "toqui" se enfrentó con sus guerreros a los españoles en los llanos de Tucapel siendo derrotado. Un muchacho araucano a quien Valdivia había tomado como paje suyo, abandonando a los españoles supo infundir animo a sus compatriotas y enardecer su espíritu de tal manera que enfrentáronse de nuevo los dos ejércitos en Tucapel, donde sucumbieron los españoles a pesar de su valor heroico y en donde halló gloriosa muerte Valdivia por el golpe de una maza, según unos, o después de horribles tormentos, según otros, en el aso 1553. Cerca de tres siglos duró la heroica resistencia araucana, sucediéndose algunas insurrecciones o algaradas entre ellas la revuelta promovida por el francés Antonio Tounés que pretendió transformarse en rey de la Araucania en 1861, al frente de unos rebeldes chilenos, siendo totalmente vencido. Entre los narradores de estas luchas, cabe citar como más importante a Alonso de Ercilla (1553-1594), por su poema, La Araucana escrito en la misma guerra y en los mismos pasos y sitios. Don Pedro de Oña (1570-1643), El Arauco Domado. Hernando Alvarez de Toledo (1561), Purén Indómito. Melchor Xufre del Aguila (1568-1637), Compendio Historial del Descubrimiento, conquista y guerra del reino de Chile, Francisco Núñez de Pineda y Bascuñán (1607-1682), Cautiverio Feliz y razón individual de las guerras dilatadas de Chile, Don Juan de Berrechena y Alvis (1693), Restauración de la Imperial y conversión de almas infieles. Don Antonio de Quiñones escribió un manuscrito que lleva por título Las Guerras de Chile. Los Primeros predicadores del cristianismo a los indígenas de Chile fueron don Bartolomé Rodrigo González Marmolejo, del clero secular, y fray Antonio Rendón, de la Orden Mercedaria.